Anoche, pasadas las doce, cuando ya estaba metida en la cama y había cogido temperatura, cuando estaba en ese dulce estado justo antes de dormirme… Sonó la alarma de incendios.
La [Inserte una palabra malsonante aquí. No necesariamente grosera pero sí enfática] alarma de incendios.
Por séptima vez desde que llegué aquí.
Por séptima vez desde que llegué a la región más húmeda de toda Inglaterra.
Y, como siempre, era una falsa alarma. De hecho, como un día haya un incendio de verdad, yo moriré abrasada mientras guardo un documento en el ordenador y decido qué chaquetón ponerme.
Aunque desde que los ingleses quemaron a Juana de Arco no ha habido más muertes por fuego en este país, así que lo veo poco probable.
No entiendo esa obsesión que tienen aquí con el fuego. Instalan alarmas, hacen simulacros, te informan de dónde están las salidas* y de que tienes que llamar a los bomberos; y luego lo cubren todo con moquetas para que el fuego pueda extenderse a gusto.
En fin. Supongo que esto es mejor que hacer simulacros de inundaciones.
* En mi caso tengo que salir a un angosto pasillo, pegarme en una puerta con mis compañeros de piso para poder llegar al portal, donde tendré que abrirme paso entre los otros cuarenta estudiantes. Yo. Que estoy en la planta baja. Con una amplia ventana a un metro de distancia, que desde luego no es la opción más lógica en caso de emergencia.
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3 comentarios:
Esta pobre andaluza que esto escribe, no ve claro el párrafo que empieza por claro, por lo del pais.
¡Ay que risa! Juas, juas
Ahora veo arreglado lo de quema de Juana. Buen arreglo.
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